Todo es relativo
(¿hasta la relatividad?)

sábado, 17 de agosto de 2013

Si el arte no es peligroso, ¿para qué sirve?

Eugenio Recuenco http://foco.me/eugenio-recuenco/
Existe actualmente una tendencia a hacer películas que “no se pongan del lado de nadie”. Que se encarguen de visibilizar, mostrar realidades, recurriendo a la intersubjetivdad (es decir mostrar las subjetividades de cada uno) Desde el punto de vista estético son muy hermosas, y en general recurren a lo sensorial de manera exquisita (ayudados por las nuevas tecnologías y técnicas). Pero desde el punto de vista ideológico no son más que la expresión artística de la neocolonización neoliberal que ha invadido y sigue invadiendo todo el continente latinoamericano. La neutralidad ideológica será siempre una gran mentira bajo la que se esconden los peores chantas.

Lo mismo que en todo el arte, el cine se comporta de esta manera. El cine que no toma postura es un cine que muestra y naturaliza el estado social de las cosas. El cine que no toma postura pretende mostrar como iguales situaciones diferentes, legitimando el orden vigente. ¿Y cuál es el orden vigente? El orden vigente, dominante, hegemónico y homogeneizante, y por lo tanto autoritario, es un mundo occidentalizado, norteamericanizado (cabe aclarar que uno se refiere a la cultura norteamericana dominante, y no al pueblo norteamericano, oprimido igual que los demás pueblos del mundo), capitalista -de forma más o menos salvaje: keynesiano, corporativista o neoliberal, con gobiernos latinos diversos, que en muchos casos son cómplices y en otros simplemente se ven acorralados por la lógica internacional y su condena en el lugar de periferia, de colonia jamás liberada por completo. Estos gobiernos y sus negociados (bajo presión o sin ella) están neocolonizando nuestro continente de formas más sutiles que en otras épocas donde la violencia y el absurdo llegaron a su punto máximo luego de los facismos que vivió Europa, barbarie que se extendió a Latinoamérica bajo la forma monstruosa de las dictaduras.

Gobiernos vaciados, portadores y defensores de un doble discurso, patriarcado, occidentalización, europeización, violencia legitimada por el estado, universidades que establecen un pensamiento único, catolicismo renovado y fresco (aunque en su apogeo de contradicción), más mentiroso que nunca, buenismo ideológico (la lógica de la moral del buen ciudadano, con todo lo que ello implica, desde pagar los impuestos, hasta la monogamia o mandar a los niños al colegio), todos estos sistemas de pensamiento y estructura que han intentado impedir el desarrollo de los pueblos oprimidos por siglos, que acorralan a mujeres, negros, pobres y hasta niños (sí, niños, a quienes se los trata como cajas vacías y se los educa como bestias, con la lógica del premio y del castigo, de la nota, de alcanzar tales objetivos a costa de cualquier cosa, borroneando el camino, el aprendizaje y el juego en la oscura sombra del hombre exitoso y cuantificable, que además será productivo para el sistema).

¿Dónde está la crítica, la reflexión, el tan necesario escepticismo metodológico que requiere cualquier sociedad para llegar a la coherencia (al menos desde la cabeza), si encima el arte se pone en esa cómoda posición de no tener la necesidad de tomar posiciones? ¿Qué nos queda si el arma cultural de la emancipación se disfraza de universalidad, escondiendo tras de sí nada más y nada menos que la globalización más salvaje y asesina? Esa globalización que nada comprende de culturas, que nada comprende de diversidad, que nada comprende de lo humano, cuyo objetivo máximo es arrancarnos lo poco de humano que nos queda poniéndonos en el lugar de meros consumidores, arrasando – o pretendiendo arrasar- con nuestras culturas ancestrales.

Es bajo éstas condiciones que veo hoy por hoy propuestas artísticas que me enervan, que no cuestionan, que no se hacen cargo, que no son parte, que no construyen o peor aún construyen no saben para quién, que no se arriesgan. Y es por eso que quiero recordarles a todos los artistas que les guste o no sus obras son políticas, aún en sus más sutiles formas, porque así como lo personal es político lo artístico tampoco escapa de ello. ¡Si hasta la forma de la película responde a un paradigma único de pensamiento político!

Cabe aclarar, que esto no quiere decir que uno deba hacer películas rondando temáticas específicamente políticas, en realidad uno no puede escapar a ella, porque si la política es un camino de todos, que nos une aún en la oposición, mal que nos pese en muchos casos, es una camino que nos atraviesa a todos, en el que hasta los marginados tienen un lugar reconocido. Es imposible hacer arte sin hacer política. Hasta dibujar solos en casa significa algo políticamente. Sugiero a aquellos artistas que comiencen a renoconcerse como actores sociales de este mundo y no sólo espectadores de él, no es una obligación, es una propuesta. Porque si no alzan su voz, alguien está hablando a través de ustedes, sean o no concientes de ello. Lo de espectadores debería ser tarea del público, no del artista.

Mis saludos a los neutrales, a ellos les dedico este artículo. A quién le quepa la gorra… y disculpen la violencia sincericida.

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